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Pandemia, crisis terminal u oportunidad de reconstrucción

Estoy sentado escribiendo estas líneas en el medio de lo que parecería ser una película de ciencia ficción dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por todos nosotros. Lamentablemente en este papel no gozamos de fama ni de gloria, y mucho menos de buena paga. Mientras tanto, un virus que ha desatado una pandemia hizo limitar los derechos ciudadanos, colapsar las bolsas, cerrar las fronteras, saturar los servicios sanitarios, congelar el comercio, parar el transporte, suspender las reuniones y muchas otras nefastas consecuencias que nos hacen sentir que estamos más cerca del apocalipsis que de la esperanza, ¡siga leyendo!


Escucho y leo noticias de las cuales decidí empezar a esconderme, ya que completan el cuadro perfecto y siniestro para que entremos en una crisis de importantes proporciones, en la cual reclamar un abrazo es nocivo para la salud y reunirse con amigos una conspiración letal.

En un abrir y cerrar de ojos los países debieron cambiar todos sus planes y empiezan a reprogramar su GPS para lidiar con una situación sin precedentes y de total incertidumbre económica, política y ciudadana.

A nosotros los latinoamericanos, que estamos curados de espanto, por lo general nada nos asusta demasiado. Estamos bastante curtidos y acostumbrados a surfear las olas de abajo para arriba, también a tener índices inflacionarios de 1, 2, 3, y en países como Venezuela hasta 6 o 7, dígitos en un año. Inclusive, hemos desarrollado la capacidad sobrehumana y aun no explicada científicamente de “fumar bajo el agua”.

Entonces, ¿por qué esta vez tenemos la sensación de que será diferente? ¿Estaremos perdiendo ese optimismo natural que nos caracteriza? Quizás la diferencia sea que esta vez sentimos que ya no hay más agua en la pileta, que no quedan cigarrillos por fumar y, sobre todo, que el mundo cambió y nosotros seguimos igual.

A diferencia de muchos otros países, Argentina, “siempre única,” tiene dos crisis épicas simultáneas. La primera de ellas, la más urgente y la que el gobierno federal encabezado por el presidente Alberto Fernández está navegando de manera ejemplar, es la de salud pública derivada de la pandemia desencadenada por el ya por todos conocido coronavirus, de la que hay abundante información, por lo que no tiene sentido que yo, que no tengo ningún conocimiento más que el suyo, comente.

La segunda crisis es la epidemia económica. Quiero ser riguroso con los términos que están de moda para no bastardear el lenguaje. Esta es la menos urgente “hoy” pero la más importante en el largo plazo. Las bondades de esta segunda es que es sumamente inclusiva y amigable, no discrimina edad, género o religión, tampoco la clase social o las ideologías, ni el lugar donde usted vive. Es básicamente una enfermedad que nos caga la vida a todos por igual, porque aunque algunos sectores puedan beneficiarse coyunturalmente, en el largo plazo nos iguala para abajo y nos aleja de los destinos que se habían trazado en todo el planeta. Es decir, nos deja solos y aislados.

El bienestar económico es también un concepto indivisible de la salud pública, la que la OMS define como “un estado de perfecto (completo) bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedad”, porque el dinero no solo genera recursos económicos. Algunos simplistas trasnochados lo ven desde el punto de vista burdo de un falso dilema y lo reducen a un estúpido binomio de capitalismo vs socialismo. Sin embargo, el dinero y la actividad económica también generan trabajo, esperanza, comunidad, deseo, desarrollo, felicidad, y nos permite acceder a muchas de las actividades y aspectos que nos generan satisfacción. Desde hacer un curso espiritual o donar dinero a causas nobles, hasta viajar, ir a comer, o simplemente ir al cine o hacer un picnic con nuestros seres queridos.

Esta realidad, apocalíptica o esperanzadora, nos posiciona como ciudadanos ante diversas formas de ver lo que el futuro nos deparará después de que la pandemia, más temprano que tarde, concluya;


  • El pesimista: justifica y se acostumbra a la idea de que estamos mal, pero debemos convivir con esta situación, total nunca vamos a cambiar.

  • El ambiguo: sabe que hay que hacer sacrificios, pero no asume el compromiso sin que antes lo asuman los demás, esta especie se caracteriza porque “tiene que ver para creer.”

  • El conformista: cree que esto siempre ha sido así y de una forma u otra siempre nos las hemos arreglado, así que lo mejor es no tocar nada, no vaya a ser que estemos peor.

  • El optimista: cree que siempre el “ahora” es el momento y que, sin importar el contexto, espera una y otra vez que todo salga bien.

  • El realista: pertenece a una minoría, mide el contexto, el momento, entiende que no hay soluciones ideales.También sabe que los cambios necesitan sacrificios individuales y colectivos, y que todos tenemos derechos y obligaciones en este proceso transformador y de mejora.

Son parte de este selecto grupo aquellos que saben que hay que hacer y ceder, que las cosas pueden y deben cambiar pero que el proceso es largo, sacrificado y colectivo. Algo que al menos hemos aprendido de esta pandemia es que nos podemos poner de acuerdo y que lo que parecía imposible se puede lograr.

La pregunta es si esto será suficiente para crear un punto de inflexión en la historia Argentina y latinoamericana para humanizarnos un poco más y convertir lo que parecía una eutanasia en un proceso de renacimiento y transformación social y económica.

Pensemos entonces por un momento en cómo funcionan los países a los que les va bien, porque les tengo la noticia de que estos existen. Lugares en los que los ciudadanos tienen confianza, esperanzas, depositan su dinero, invierten, ahorran, gastan, creen y se sienten orgullosos.

Sé que es difícil ser optimista en estos momentos, pero yo lo soy. De hecho, me considero un optimista realista, porque creo que esta crisis nos ha hecho abrir los ojos y obligado a ver cómo está funcionando el mundo de hoy, que al final del túnel hay luz, y que probablemente sea mejor terminar de tocar fondo para dejar de optar entre el parche de la gotera y el respirador artificial y empezar a construir bases sólidas que nos acerquen al mundo actual donde la tecnología, la interconectividad, las formas de producción y comunicación ya no son más como eran.

Según la ley de Moore, cofundador de Intel, desde la década de los 60 las computadoras aumentan su capacidad en un 100% cada 18 meses. Esto hace que el mundo en el que vivimos deje de ser tal y como lo conocíamos, y que si nos quedamos mirando la película global, hay numerosos estudios, por ejemplo los del Foro Económico Mundial, la Organización Internacional del Trabajo y la Universidad de Stanford, entre muchísimos otros, que pronostican de manera muy documentada que dentro de los próximos años más de la mitad de los puestos de trabajo existentes serán reemplazados por tecnología, entonces ¿nos peleamos con esta situación “irreversible” o nos amigamos con ella, la entendemos y nos capacitamos?

El mundo está cambiando aceleradamente, pasando de un modelo de producción industrial basado en la escala a uno en el que lo que vale es el diseño, ya que con las nuevas tecnologías hacer una unidad o un millón va a ser prácticamente lo mismo, con la amplia ventaja de no tener que cargar con los costos que implican todas las máquinas, horas de mantenimiento, salarios fuera de hora, huelgas y los espacios físicos para producir. Esta cuarta revolución industrial es la primera en la historia de la humanidad que en vez de colaborar y ser una herramienta de los trabajos existentes, también los reemplaza, por lo tanto, debemos enfocarnos en generar herramientas para que cada persona sea una empresa en sí misma y pueda ofrecer sus servicios a otros en cualquier parte del planeta: un país de freelancers y microempresarios que cumplan con los requerimientos y las necesidades de un mundo que ha cambiado.

Piense que mientras usted lee este artículo en su casa, en Estados Unidos empresas como Amazon están contratando miles de empleados porque tienen sobrepasada su capacidad de entrega, las empresas de servicios de clase mundial siguen trabajando en ecosistemas digitales, que son su forma habitual de trabajo con o sin enfermedad, y los contratos de compra y venta de propiedades o comerciales se siguen firmando a distancia porque usted no tiene que moverse de su casa para firmar ya que lo hace por mail o celular. Es decir, la distancia y la infraestructura han dejado de ser una barrera. Por el contrario, amigarse con esto nos permite ser más eficientes, más competitivos y ajustados a la realidad.

Entonces, ¿de qué lado del mostrador queremos estar, del que observa o del que entiende y se transforma? Quizás esta pandemia sea un buen punto de inflexión, que en vez de ser una crisis terminal nos permita reconstruirnos. Por ejemplo, mi mamá es psicóloga y descubrió que puede hacer las consultas durante la cuarentena a través de una plataforma digital, lo cual era inimaginable para ella hace semanas. Hoy, no solo lo valora sino que lo prefiere, ya que le ahorra tiempo a los pacientes, les permite hacer la consulta desde la comodidad de su casa y seguir brindando un servicio personalizado a través de la tecnología. Esto no excluye que un paciente que quiera la consulta personal no pueda tenerla, pero estoy seguro que muchos que no tienen tiempo la preferirán de forma virtual, yo sin duda seria uno de ellos. ¿Por qué ella no podría atender pacientes en Colombia, Costa Rica o Bolivia? ¿Por qué no podría sumar una plataforma de asistencia virtual? ¿Por qué un país como Argentina que tiene tan buenos profesionales de la salud mental no podrían exportar los servicios de los mismos a la región y al mundo?.

Tenemos que empezar a replantearnos las formas y que, aunque en este momento nos azota a todos la misma crisis, los instrumentos de navegación y las posibilidades de reacción que nos brindan las herramientas del mundo actual nos permiten superar las situaciones mucho mejor.

Conclusión: En Latinoamérica estamos mal acostumbrados al estado paternalista, a ser eunucos del mismo y justificarnos de manera permanente rememorando lo que fuimos o imaginando lo que podríamos ser. Sin embargo, hay algunos países como Costa Rica, Chile y Uruguay, que han logrado transformarse, lo que implica, como en el caso reciente de Chile, que existen conflictos y debates que son parte indivisible del proceso de transformación. Casi les diría que es la madurez del mismo. En el último medio siglo la mayoría de la sociedad civil latinoamericana ha vivido sometida a un permanente chantaje que la mediocridad política le hace a la ignorancia ciudadana, ignorancia que el estado muchas veces ha mantenido y fomentado.

Pero hay una diferencia muy importante entre una y otra, y es que la mediocridad es una elección, pero la ignorancia es una condena. No sigamos condenados. Encaremos este proceso de transformación que esta crisis nos brinda. Articulemos los esfuerzos y hagamos que lo imposible sea posible. Estamos demostrando que se puede.

No reinventemos la rueda, sigamos los modelos que funcionan, en los que en tiempos de incertidumbre vemos certeza. ¿O acaso usted que está preocupado, va a salir corriendo a depositar sus ahorros en el banco de su barrio para dormir mejor?

Abramos los ojos, vivimos en pandemia desde hace muchos años, quizás ahora se abrió la ventana para un acuerdo tácito donde nadie debe convencer a nadie, porque ya estamos todos convencidos. Andres Goldenberg es fundador y chairman de Spider, su carrera abarca una variedad de iniciativas como emprendedor en diversos sectores: petróleo y gas, ingeniería, servicios de medioambiente, gastronomía y bienes raíces. Actualmente se encuentra desarrollando un emprendimiento tecnológico relacionado a la salud pública y prevención de enfermedades, así como también la creación de una nueva e innovadora plataforma de Crowdfunding inmobiliario. Es licenciado en Marketing, cuenta con un posgrado en Management Estratégico y un MBA en dirección de negocios de la universidad de San Andres. Es fundador de la organización civil Venezuela es Una, y se ha desempeñado como Secretario de la Coordinadora Democrática y de la Mesa de la Unidad Democrática de Venezuela en Argentina. Ha escrito diversos artículos de opinión política y realizado diferentes entrevistas demostrando un consecuente compromiso social y con la defensa de los Derechos Humanos.




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